Derecho a la Verdad
El derecho a la verdad significa tener un conocimiento pleno y completo de los hechos ocurridos, las personas que participaron de ellos y en qué circunstancias ocurrieron, en particular las violaciones manifiestas a los Derechos Humanos y las infracciones graves al derecho humanitario.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos considera que el derecho a la verdad es la respuesta ante la falta de esclarecimiento, investigación, juzgamiento y sanción de los casos de graves de violaciones de derechos humanos por parte de la autoridad gubernamental.Señala que este derecho se configura como un pilar fundamental para combatir la impunidad y constituye un mecanismo de justicia indispensable para todo Estado democrático, pues coadyuva a la no repetición de dichos actos violatorios.
En el actual Ecosistema Digital la dinámica de producción de contenidos y su crecimiento exponencial presenta nuevos desafíos para la preservación de la información de este tipo de violaciones así como para el derecho a la memoria histórica que también debe protegerse. Aparece el concepto de agujero negro digital en la memoria histórica y cultural de los países al no dejar registro de esta información para las generaciones futuras.
El compromiso de los gobiernos de proteger la memoria digital es crucial, ya que Internet es el pilar en los conflictos sociales, económicos y políticos, donde las plataformas son una herramienta central para que las personas se comuniquen, se informen y cuenten lo que sucede en su entorno. Son claves también en la documentación digital de graves violaciones a los derechos humanos que suceden en ese contexto, y en crear y conservar pruebas que las víctimas necesitarán para recuperar su dignidad.
En el caso de escenarios de conflicto la información es muy vulnerable. No basta con pedir que se garantice que las plataformas funcionen a pesar de los cortes de energía, de la caída de torres, de la sobredemanda de sus servicios -que congestionan su infraestructura-, se debe proteger la libertad de expresión, enfrentar el reto de la desinformación, del incremento en la moderación de los contenidos, de los riesgos a la privacidad, de las sanciones propias de la guerra y no olvidar el derecho a la memoria, a recordar, a investigar y a reparar los daños.

Durante los conflictos las redes sociales se convierten también en campos de batalla de la información. El contenido legítimo pelea por espacio con la propaganda oficial, la manipulación -con comportamientos artificiales por ejemplo usando bots- o directamente con campañas de desinformación y noticias falsas. Un panorama complejo en el que se dificulta encontrar la verdad (o las verdades), y se complica la capacidad de preservar pruebas sobre graves violaciones a los derechos humanos.
Con buenas intenciones las políticas de cada plataforma advierten casi unánimamente que no permiten anuncios discriminatorios por motivo de raza, orientación política o sexual; dicen que no toleran contenido gráfico o de glorificación de la violencia, ni la publicación de información personal que identifique personas (doxxing); tampoco aceptan la promoción del terrorismo o el extremismo violento y trabajan para evitar la desinformación, por ejemplo. Pero ponerlo en práctica en medio de un conflicto en donde las cosas no son blanco y negro es todo un reto. Los contenidos coyunturales y violentos pasan a ocupar el espacio de los cotidianos mucho más superficiales y naive.
Este problema se ve agravado por el sesgo de los algoritmos y modelos de Inteligencia Artificial que rápidamente dan prioridad a ciertos contenidos según sus patrones de viralización, y normalmente estos están alejados de lo que realmente acontece y llamamos Verdad. La infoxicación actual que ya mantiene a los usuarios en un estado de alarma y ansiedad continuas, se suma al ruido de una avalancha de desinformación que a día de hoy suele dar una visión muy distorsionada de la Realidad y hace que las plataformas no puedan garantizar el derecho básico fundamental de preservación de una Memoria Digital que sea fiel a lo que realmente está ocurriendo.

La sobrecarga informativa o infoxicación ocurre cuando la cantidad o la intensidad de la información excede la capacidad limitada de procesamiento del individuo, lo que puede provocar efectos disfuncionales como el estrés, trabajo ineficiente, ignorar información y ser muy selectivo al elegir qué leer o ver (omisión de notas importantes) entre otros. Fue acuñado por el especialista en información Alfons Cornella para aludir a la sobresaturación de información, como acrónimo de intoxicación por información. Su peor consecuencia es que nos paraliza y nos impide avanzar hacia los objetivos que nos hemos propuesto ya sean individuales o colectivos como organización; por mera saturación informativa.
La disposición del usuario es estar estar siempre conectado, dispuesto a recibir toda la información que el sistema le haga llegar, a pesar de que no sea posible dedicarle tiempo de profundización. Una de sus consecuencias será la de pasar, saltar, de un tema a otro sin parar, sin detenerse a pensar, a reflexionar o a profundizar, donde la importancia reside en la cantidad en detrimento de la importancia o relevancia. Aquellos que serán los más predispuestos a la infoxicación serán los que confundan la cantidad con la calidad de la información.
Este maremagnum de ruido hace posible introducir información falsa al usuario, incapaz de realizar una discriminación sobre aquello que es cierto, posible o rotundamente falso. Por ello, es indispensable que para garantizar una preservación de la Memoria Digital y un escenario donde prevalezca la Verdad de lo acontecido, incluso a tiempo real, los gobiernos y sobre todo las grandes plataformas tecnológicas mejoren sus políticas actuales sobre como manejan su moderación de contenidos y la parametrización de sus grandes modelos de Inteligencia Artificial que son la principal causa del sesgo algorítmico y del ruido mediático.

Si no se toman medidas urgentes nos precipitaremos ineludiblemente hacia la desintegración de la experiencia, siendo sustituida en valor por lo inmediato, lo actual, lo nuevo que, además, se transforma en valores sociales únicos. El sujeto se vuelca hacia la novedad, lo anterior se torna obsoleto, fuera de moda, absolutamente prescindible. Se cierra la posibilidad de que en el recurso subjetivo a la experiencia se recree la diferencia absoluta entre el tiempo original, perdido, de la subjetividad y el movimiento incesante hacia su captura imposible. El sujeto ya no recrea, no compara, no se vale de lo que posee para juzgar, analizar y comparar.
Y es en esta inmediatez de lo digital donde debemos reflexionar sobre cómo hacer que toda esta tecnología que permite hacer seguimiento a lo que sucede en tiempo real y se comparte por internet sea más una fuente de información de lo que sucedió y de ayuda para formar opiniones que permitan salir de las crisis y no una fuente de desinformación. No es un dilema nuevo, lo novedoso sería incorporar en la reflexión la pregunta sobre cómo esto afecta el Derecho a la Verdad.
En plena revolución tecnológica de la nueva Web 3.0 debemos tener una mirada crítica para proponer nuevos mecanismos que garanticen la Libertad de Expresión, el Derecho a la Verdad y el resguardo de la Memoria Digital, frente a un fenómeno social y tecnológico que está cambiando las reglas del juego: la convergencia de medios y su impacto en la construcción de la opinión pública. Partiendo de un análisis reflexivo sobre la correspondencia libertad de expresión / democracia, y al realizar una revisión crítica del impacto de esta nueva Revolución Digital en dicha relación, aparecen desafios complejos que enfrentan la libertad de expresión, la convivencia en democracia y las garantías de cumplimiento de unos derechos digitales fundamentales.