Los incrementos en los últimos lustros en los niveles de depresión, soledad y sucidio infantil y juvenil, fenómenos obviamente de causalidad multifactorial, tienen en la tecnología uno de sus principales actores.

Nuevas pautas conductuales como la dismorfia del selfi -dígase autoadoración, disconformidad e incluso autonegación física bajo los principios de la estandarización de la imagen-; el FOMO (fear of missing out), el miedo a perderte “lo último”, y la ansiedad que genera; la baja natalidad del primer mundo y sus consecuencias demográficas y económicas, etcétera, nos acercan más que al edén futurista, a una distopía, con aires de sofisticación digital -especialmente en procesos de información, comunicación y gestión-, y en consecuencia, de ausencia mental y presencia virtual, que nos abstrae claramente de la realidad física y nos deshumaniza.

No vamos a negar las virtudes de muchos de los avances que ha generado la revolución tecnológica en ámbitos de la salud, comunicativos, artísticos, económicos y sociales entre otros. Sin embargo, por otro lado, es bastante probable que la economía del dato y de la atención, la hiperconectividad, el actual concepto de éxito basado en buena parte en el reconocimiento; la inmediatez implementada -que frena la capacidad crítica de los componentes del grupo-, envuelto todo ello en el papel de celofán de la dictadura de la imagen y el espectáculo, como envoltorio y producto a la vez, estén desligando los engranajes de una sociedad con un cierto nivel de cohesión otrora inimaginable, pero que desafortunadamente está viendo mermar dicha cohesión.

Digno de recordar es el hecho de que buena parte de los avances sociales surgidos en los últimos tiempos, dígase revolución francesa, procesos de descolonización, instauración de democracias…e incluso avances fisiológicos, estos ya de mayor rango en el tiempo, como el hecho de que el tamaño y capacidad del cerebro humano hayan crecido a raíz de las relaciones sociales, han tenido el poder y la fuerza colectiva como núcleo de su desarrollo.

Una sociedad extremadamente individualizada, pierde el norte y probablemente su corazón, dado que pierde perspectiva para empatizar, y ese es uno de los mayores riesgos que la amenazan: la fragmentación, culminada en individualización. Y aquí de nuevo, la tecnología juega un papel instrumental decisorio. Debemos preguntarnos qué sociedad queremos. ¿Un modelo involucionado, donde la libertad más absoluta va ligada a la soledad extrema y al hedonismo? ¿o el de uno basado en la alegría familiar, amistosa y colectiva? Aunque también tendría sentido buscar las inevitables zonas grises entre ambas opciones. Es evidente la necesidad de una moralidad en el uso “la herramienta”, que aún tiene corte experimental, en su implantación individual y social, y también que esa moralidad vendrá conformándose con los puntos negros que vayan apareciendo en ese proceso. Nunca se debe dejar de reaccionar.

Una de las vías puede encontrarse, como bien propone Pedro Mujica, y al que agradezco expresamente la invitación para expresar estas visiones en esta linterna llamada ianetica, es educar en el uso de dicha herramienta, dígase controlando los tiempos de exposición, activando el cuerpo y la mente con actividades físicas o aplicando la teoría del minimalismo digital, que propone reconstruir nuestras vidas digitales priorizando lo que nos interesa y es relevante y desechando el resto de estímulos -principalmente huyendo de las redes que mercantilizan el sufrimiento y desenganchándonos de la adicción al bombardeo informativo-. Es decir, poner la tecnología al servicio de uno y no consumirla por defecto, con efecto sedante, bajo el amparo de dicha adicción social no reconocida, para así permitirnos conectar con los semejantes de forma tradicionalmente real.

Podemos andar hacia una sociedad que utiliza la tecnología para mejorar la calidad de vida desde diferentes ámbitos y de todos los segmentos sociales que la componen; que contribuye a reducir las desigualdades extremas, desmitificando estándares e idealismos, y que sirve de medio para la aceptación de la pluralidad y la diferencia, para caminar hacia una sociedad más armoniosa, tolerante y avanzada; que a su vez, usa la tecnología, ¡¡y que sabe cómo usarla !!…y no acabar, poéticamente hablando, como “Saturno devorando a su hijo”, en busca de su fuente de dopamina, y además, quedar insatisfecho.